UN PEÑAMELLERANO EN LA PAMPA
Añorando mis vacaciones en los campos pampeanos, este fin de semana me propuse regresar al campo, para cumplir mi sueño de muchos años. Ser gaucho por un día.
Poco a poco los altos edificios de la ciudad fueron quedando atrás, dando paso a grupos de eucaliptos algarrobos y solitarios – también en la naturaleza hay solitarios- jacandaras, ombus, ceibos y araucarias adornaban el paisaje firmes y solitarios como centinela de granaderos.
Por fin llegue a la Estancia que como ya dije ya no es tal por que el progreso la convirtió en tierra de soja.
Solo Ramón y Rosina viven en ella tratando de que sus costumbres y forma de vida sigan vivas, en esta sociedad indiferente.
Sentados a la sombra del viejo ombú que embellece la entrada principal, tomando mate con tortas fritas nos envuelve la noche preparando mi día de gaucho, cuando al atardecer del otro día nos presentemos en el tambo de Don Flores - nadie sabe como se llama, todos le dicen Don Flores- donde compartiría esa noche con los gauchos.
Al día siguiente bien entrada la tarde me encuentro sobre la grupa de “Tincho” que Ramón maneja con gran destreza rumbo al tambo. Cruzamos el bosque de algarrobos, el río, furtivamente vigilados por negros caranchos en lo alto de los almos y atacamos el pajonal que nos dejo en la tranquera del tambo. Un nido de horneros en una estaca nos da la bienvenida, en el otro extremo una familia de lechuzas overas nos chistan como preguntando ¿Quien sois?
Pronto los teros descubren nuestra presencia y lanzan al aire su estridente canto alertando de nuestra presencia.
Avisado por el alerta de los teros Don Flores se acerca para recibirnos.
-¡Guenas y santas! –grito Don Flores.
-¡Como anda Don Flores!
-¡Acá estamos compadre……pa lo que mande!
-¡Le dejo al gallegu, que esta “empeñau” en ser guacho, onde no dentra caballu, ni brama vaca alguna!
Terminados los saludos me apeo del pingo y sigo a Don Flores hasta el casco del tambo donde me esperan los gauchos que esa noche serian mis compañeros. Luego de las presentaciones tomo lugar al lado del fogón, para compartir la “churrasqueada” con vino patero que habían preparado. Terminado el banquete el Mencho y el Ofelio prendieron sus guitarras y se trenzaron en una disputada payada, improvisando viejas historias del gauchaje, añorando tiempos pasados de amores y facones, que el progreso ha sepultado.
Repletos de historias antiguas nos fuimos a dormir hasta mañana. Mañana llego pronto, pues a las tres Don Flores caminaba por el pasillo iluminado por un sol de noche pegando gritos y onomatopeyas para despertar los gauchos: ¡Ahijuna ¡- arriba el peonaje, ya es hora de ensillar los pingos- ¡tero , tero! ¡Fiiii…………!
Se paro al lado de mi catre y bajando la voz me dijo:
-Arriba don, que lo espera el gauchito.
A tientas y sobresaltado seguí a Don Flores hasta la caballeriza donde me esperaba un hermoso caballo tobiano.
- Acérquese que gauchito es más manso que alpargata usada. No tenga miedo, y ensíllelo, acá tiene todo lo que necesita.
Observando a los demás me fui poniendo bombachas, botas, espuelas y sombreo “•tirau patras” intente ensillar a gauchito ante la mirada socarrona de todos por ver lo que hacia el “gallegu presumiu”.Alce la silla y la puse sobre el loma de gauchito como pude, le apreté la cincha, le coloque el “bocau”, y como pude salte sobre la silla y me acomode bien altivo, rastras, facon y boleadoras en la cintura y rebenque el la mano. Enhiesto como álamo trate de seguir a los gauchos en la oscuridad.
-¡Madre mía, que se me quedo la cincha floja!
Encuantó el tobiano cogio trote, comencé a saltar de un lado para otro, como digno emulo de la Pantera Rosa. Apretando las piernas sobre gauchito trate de disimular mi torpeza para que nadie se diera cuenta, pero tenia una sensación de risa socarrona atrás de los ojos de todos, que hasta el “Malebo” –perro galgo que nos seguía a todas partes- me parecía que se reía de mi.
Viendo la incapacidad para mantenerme arriba de la silla, vinieron a mi memoria aquéllos tiempos jóvenes cuando con mi carro tirado por la Alazana llevaba los sacos de maíz al molino, para luego ensillarla con el “apareju” de piel de oveja y trepar peñas arriba hasta Cuera. No podía creer que en aquellos tiempos subía y bajaba a lomo de la Alazana por senderos de cabra y hoy no me podía mantener en la silla.
A los gritos de todo tipo ¡jiu, jiu! ¡Amalaya! ¡Eho, eho! ¡Arre, arre! Fuimos juntando las vacas, unas para leche y otras para el mercado.
Llego la hora de “mecer” (ordeñar), y ahí me revindiqué un poco, pues para eso siempre fui bastante mañoso.
Terminadas las tareas, llego la hora de la mateada con fiambres y quesos caseros. A continuación todos se pusimos de gala con la mejor “pilcha” y nos dirigimos a la “pulpería” del pueblo, a tomar unos tragos. Al compás de los payadores todos se animaban con tragos de ginebra y caña quemada. Ante mi ignorancia pedí caña quemada, pues la asocie con la caña de azúcar que es dulce.Apenas pegue un trago un fuego me bajo hasta el estomago que salí afuera par que no se rieran de mi debilidad.
Al día siguiente Ramón me esperaba en la tranquera con Tincho atado a un sulky sabedor del estado en que me encontraría. Apenas pude llegar hasta el carro, para subir fue un martirio mis piernas no me sostenían en pie y mis glúteos estaban tan doloridos que no me podía sentar. Con la cómplice risa de Ramón llegamos a la Estancia donde dormí todo el día y noche del domingo.
Una vez llegado a la ciudad mis dolores duraron dos semanas, siendo la gracia de todos por mi forma de caminar. Pero mi sueño se cumplió
Jesús A. López