En estos tiempos en mi valle es tiempo de nueces, avellanas y castañas, y como cosa mágica y como niño que soy, no puedo recordar estos manjares de la naturaleza sin asociarlos con las abuelas, Las abuelas eran las despensas, el monedero, y la caja de golosinas de los niños. En su faltriquera y en su habitación había todo lo que los niños necesitaban para ser felices. Mi abuela tenia en su habitación un baúl de esos de madera forrados por fuera de cartón y finos herrajes de bronce y por dentro con tela a cuadros con dos tiras que sujetaban la tapa para que no se cayera para atrás. Yo lo veía como algo mágico, algo así como un mundo, donde cuando levantabas la tapa todas tus ilusiones, todos tus sueños todos tus deseos se hacían realidad.
Materialmente su contenido era de escaso valor, avellanas, nueces, castañas, alguna peseta, casi siempre muchas perronas y fotos antiguas amarillentas y algunas cartas ajadas y descoloridas de tanto releerlas, unas alegres (no muchas) y el resto las ultimas cartas de los seres queridos que un día la ambición de ciertos personajes le arrebataron la vida en defensa de la democracia, de ideales y libertades que nunca conocieron.
Así era el baúl de la abuela, ahí encontrábamos nueces, avellana y castañas que saciaban nuestro apetito infantil, donde encontrábamos la moneda con la cual comprábamos un “chupa chus” y donde aquellas fotos y cartas con sus ropas austeras, desconocidas y con sus caras rígidas, duras, inexpresivas y faltas de alegría nos hacían imaginar una vida dura llena de sufrimientos. Igualmente era todo un sentimiento abrir aquella tapa y cuando la cerrabas era como dejar tus fantasías de niño encerradas para que nadie te las robara.