Llueve. Las gotas caen cansinas sobre los charcos, unas perezosas formado un círculo, otras mas enérgicas creando círculos concéntricos y otras caen a plomo convirtiéndose en burbujas que cuatro círculos más allá explotan en un suspiro de alegría. Algunas ni llegan al charco porque el viento las arremolina perdiéndose en él: ¿Qué paso? ¿A dónde fue? ¿ Desapareció!!!
La lluvia es sinónimo de niños, no hay lluvia tranquila sin niños rebosantes, sin niños alegres ni niños espontáneos. La lluvia pacifica nos gratifica con momentos de recogimiento, nostálgicos, de sueños y pasión. La lluvia siempre nos trae aquellos recuerdos de aquellos pueblitos de poco más de veinte casas, en el medio de bosques y montañas, donde todo transcurría al ritmo de la naturaleza, donde el tiempo duraba siempre y los días alcanzaban para realizar cada uno de sus deseos. Mis recuerdos de aquellos pueblos es grandioso, muchos se preguntaran ¿qué hacían los niños cuando llovía? En las casas siempre teníamos algún juego lotería, parchís, la oca y algún mazo de cartas. Siempre se desarrollaban grandes partidas a la lotería (hoy por cosas del progreso, lo bautizaron como “LOTO” y lo elevaron al nivel de los mayores jugando grandes cantidades de dinero perdiendo todo el encanto y espontaneidad de los niños) por un garbanzo o una “perrona”. Cuando no había latería, ni parchís, ni oca, entraban en juego las “SOCARREÑAS” aquellos espacios cubiertos al lado de las cuadras donde se gradaban los carros y aperos de labranza. Ahí con gran espacio se podían realizar los mismos juegos que al aire libre, sobre todo al grito bola, pie, matute y gua se inician grandes partidas a las canicas. También eran momentos de la peonza y su máxima excitación llegaba cuando alguna realizaba una parábola y saca la del contrincante del corro.
En ocasiones rompía el protocolo y me iba a la socarreña de “Paco el maconeru” ahí mientras llovía sobre las tejas disfrutaba de las historias de Paco mientras tejía cestos. La lluvia y el fuego donde se calentaban los palos de avellano me transportaban a mundos mágicos y sobre todo cuando Paco me permitía labrar los costillos con la rasera, ese momento era para mí el placer máximo, el punto más alto logrado por mí. Me contaba que en los días de lluvia trabajan a destajo para tejer muchos tipos de cestos que un día colgarían de los costados de su caballo y con un burrin con todos los utensilios de comer y dormir, en “el tardiu” cuando los duros inviernos no dejaban trabajar los campos se perdía en el desfiladero de La Hermida atravesaban campos castellanos hasta Esuskadi (respetare cada uno de sus dichos pues así lo conocían ellos) entraban por Gasteiz y regresaban por La Montaña cuando comenzaba la primavera para realizar la siega.
El mejor momento de la lluvia era cuando escampaba pues todos calzados con katiuskas salíamos a chapotear por los charcos hasta que el barro nos tapaba los ojos. Luego salíamos a encontrar tesoros por los caminos. Cuando llovía como todo era barranca abajo las aguas corrían como ríos por los caminos arrastrando todo a su paso dejándolos limpios, destapando un montón de sorpresas, monedas, navajas y muchas cosas más que se perdían sobre todo clavos de todo tipo y forma que los metíamos en latas para en algún momento enderezarlos para ver quien los dejaba mas derechos al estilo del Oliveira de Cortázar en “ Rayuela” . A veces reflexiono sobre el ayer y el hoy, y veo los niños de aquella época llanos de barro hasta los pelos, juntando clavos oxidados, empapados hasta los huesos que crecieron desarrollando su intelecto y su protector inmunológico a puro pulmón y nadie salió disminuido en ningún caso. Y veo los de ahora prácticamente metidos en una burbuja que para acercarte a ella tienes que lavar las manos y no sé cuantas cosas más porque cualquier cosa que pasa los enferma. En fin, que cada uno piense lo que quiera, pera algo no marcha bien, en algo nos están engañando en bien de algunos grupos especuladores que no les importa un rábano nuestras vidas, con tal de que sus arcas engorden.