Hola a todos, gracias por echarme de menos Carmen, se agradece.
Como Words no abre el archivo que mandó Nel, os lo pongo aquí, hay un par de fotos que no incluyo, una es la de la portada de la página de Nel con el sombrero y otra de un edificio en Chile, si Nel quiere la pongo.
El no abrir Words (de Microsoft Office) el archivo, es porque andan locos por vender el Office 7, que sí lo abre, pero por si quereis abrirlo con un programa que tiene todos los subprogramas que tiene el Office y es gratuito este es el enlace de donde se puede bajar:
http://www.filehippo.com/download_openoffice/Una vez que lo bajeis, hay que ir al correo que nos envió Nel y guardar el archivo del escrito, por ejemplo en el escritorio, luego una vez bajado el programa pinchando el archivo y en "abrir archivo con..." decirle que lo abra con Openoffice, y se abrirá.
Saludos a todos.
De Peñamellera a Punta Arenas
Por Nel Melero
Cuando en Asturias aprietan los fríos, la humedad se instala en los huesos y las heladas se adueñan de los verdes valles cubriéndolos con su hermosa pero traicionera capa blanca mi maltrecho corazón se las ve y se las desea para bombear la sangre a todo el cuerpo y mantenerlo aceptablemente caliente. Por eso mis manos están siempre pálidas y mis gélidos pies me dicen a gritos ¡las madreñas, jodido, las madreñas!. Yo en esos días dejo de llamarme Nel y paso a llamarme “Ninguno”. O sea no soy nadie, no soy persona. El frío me atenaza de tal manera que continuamente debo meter mis manos y a ser posible mis pies en agua bien caliente.
Desde que mi anticipada jubilación (por problemas de corazón) me lo permite cuando llegan esos fríos cojo mi enorme maletón, lo lleno de ropa de verano, tomo mi también
enorme ordenador portátil de 18,1 pulgadas y mi cámara de fotos con todos sus accesorios y emprendo rumbo al sur en busca de mejores pastos. Este es el cuarto año que lo hago. El primero me vine a pasar quince días y me quedé tres meses. El año pasado se me hizo poco y me quedé cuatro y este ya os lo diré cuando vuelva porque yo todavía no lo sé.
El país que elijo como destino es Chile, país que me resulta entrañable porque desde siempre lo oí nombrar en mi casa y en mi pueblo. No en vano aquí viven dos hermanos de mi madre, mi tío Nino y mi tía Nieves, así como muchos amigos, algunos de ellos de la infancia y juventud, en mi querida Peñamellera.
Mi tío Nino, que con setenta y tantos le saca dos cuerpos a cualquier deportista de élite en lo que se refiere a preparación y mantenimiento físico, es una de las personas más queridas, respetadas y admiradas de toda la numerosa colonia asturiana. Se levanta toodos los días a las siete de la mañana a hacer gimnasia. Sí he dicho toodos los días con dos oes. Él me invita a su casa en Santiago, me deja una habitación y luego se pasa la mayor parte del tiempo en la que tiene en la playa. Está terminando de hacer una terraza de madera encima del tejado de la misma. Ahora creo que le va a poner un tejadillo. Yo le digo: Tío cuando se lo pongas haz otra terraza encima y vuelta a empezar.
Mi tía Nieves que en el escala familiar no llega a sargento (la sargento es Pao que además de sargento es dueña, señora y todo lo que haya que ser en La Milera porque entre otras cosas allí ya no vive nada más que ella y porque todos los cargos y títulos le pertenecen. Es cuestión de carácter, quizá no lo entendáis pero es así). Os decía que mi tía Nieves aparentemente no llega a sargento y en realidad es capitana. Sólo con que levante la frente todos sabemos quién manda. Parece que la jefa es Pao y tiene la fama, pero quien carda la lana es Nieves. Ella me invita a su casa de la playa en un lugar llamado El Tabo, el mismo donde la tiene el tío Nino. Pero a mí no me gusta El Tabo, no me gusta nada. Además mis tíos se van a la cama a las ocho de la tarde y en Chile todo el mundo tiene el televisor en la habitación, no hay mucha costumbre de tenerlo en el salón y yo me veo obligado a tomarme cada día más pastillas para dormir porque a la calle no es recomendable salir. Además es que no me gusta El Tabo no insistáis que si voy es por mis tíos y si es posible lo hago en el bus de la mañana y me vuelvo por la tarde. ¿Os enterasteis de que no me gusta El Tabo?, pues que no lo tenga que volver a repetir. Quede bien sentado que a mí El Tabo NO ME GUSTA. Este año ya fui dos veces y para más inri la primera de ellas cogí un empacho de almejas crudas y estuve tres días en la cama con lo que os estáis imaginando.
Este año tenía la intención de hacer tres cosas. La primera era viajar al sur para pescar salmones. Aquí hay una especie de salmón llamado “chinook” que es enorme y su bravura va en consonancia con el tamaño. Por cierto, hace unos años no había salmones en Chile y ahora se reproducen estupendamente y además son muy codiciados en la mesa y en la caña. Quizá alguien debería pensar en la posibilidad de introducir esta especie en alguno de nuestros ríos porque al paso que vamos el futuro de la pesca de salmónidos en el norte de España va hacia abajo y de aquella manera.
La segunda es viajar a Punta Arenas que está mucho más al sur a recibir al buque escuela español con un grupo de amigos de la colonia española y la tercera será viajar hasta Mendoza que es la ciudad argentina más cercana a Santiago.
La Pesca
La pesca no estuvo nada mal. El primer salmón se lo apuntó Vicente Cuétara y dio en la báscula 18kg. largos. El segundo día fueron tres más de 12, 12 y 16kg. El tercer día otros dos de 16 y 17kg. El cuarto otros dos de 12 y 16kg.Y el último día antes de salir de vuelta sacamos otros dos de 16 y 17kg. Creo que suman unos 112kg de salmón que habrá ríos en España que no los pescan en toda la temporada.
El Terremoto
Aquella noche del 26 de febrero era viernes y yo después de trastear un poco con el ordenador me fui a dormir sobre las doce de la noche dejándolo encendido como hago habitualmente.
Sobre las tres y media de la mañana noté el sonido de la lámpara al chocar unas contra otras las lágrimas que cuelgan de ella y las puertas del armario tocando castañuelas.
En las veces que llevo viniendo a Chile siempre me tocan un par de temblores. Yo al principio ni me enteraba. Los que estaban conmigo me decían: ¿te diste cuenta del temblor?. Pero ahora ya había aprendido a reconocerlos. En mi habitación la lámpara que cuelga del techo tirita suavemente con un tintineo
característico y las puertas del armario que son de esas correderas por la parte superior quedando la inferior batiente castañetean contra los dos listones que las mantienen en su posición correcta.
¡Ya está aquí¡ me dije e inmediatamente corrí las cortinas, abrí la ventana y me asomé. Eso puedo hacerlo sin moverme de la cama. Siempre lo hago porque tengo la ilusión de ver si los edificios de al lado oscilan como dicen algunos. Hasta entonces todos los temblores que me habían tocado eran de baja intensidad y no percibí oscilación ninguna.
De repente el suave tintineo de la lámpara y el castañeteo de las puertas aumentaron considerablemente en intensidad y se convirtieron en un aquelarre de campanas sacudiendo sus férreos badajos contra mi cabeza y el castañeteo de las puertas pareciera más la estampida de los diez mil hijos de san Luis galopando sobre mi habitación. Y la una y las otras puestas a coro con el ejército de platos que mi tía Montse tiene en la cocina y los que guarda en el aparador del salón para cuando tiene invitados formaron una macabra orquesta que sin orden ni concierto sonaba en mi cabeza como si esta fuera una gran maraca de machín rellena de bolas de billar. ¡G´un su madre esto no es un temblor , es un terremoto!.
Me cogí fuerte a la barra de la ventana mientras las sacudidas aumentaban en frecuencia e intensidad. Como el niño que se marea en una atracción de feria yo también quería bajarme del mundo y decir ¡ a esta noria no me vuelvo a subir en lo que me queda de vida. Me di por muerto, ya no podía mirar si bailaban los edificios de al lado. En ese momento tuve miedo, estaba solo, demasiado lejos de casa y aquello me sobrepasaba con creces. No podía controlar la situación de ninguna manera. Pensé que debía vestirme y a oscuras me puse el pantalón del pijama. Dando bandazos salí al salón para intentar escribir por internet lo que estaba ocurriendo. Se oían ruidos de cristales rotos y la orquesta de platos seguía con su música maldita.
Al salir, la tímida luz del ordenador iluminaba la estancia. Me asomé a la terraza grande y vi como un coche circulaba por la calle Nevería. Pensé que el conductor era estúpido o estaba borracho. Posiblemente trataba de alejarse de los edificios altos. Me acerqué al ordenador y claro sin luz no había conexión a internet. Cogí el teléfono que desde entonces me sirvió de linterna y medio a gatas volví a mi habitación aferrándome a mi cama como una garrapata. Continuaban cayendo platos, lámparas, vasos, botellas, cuadros, yo que sé. Decidí ponerme la ropa de calle porque me parecía más propio que me encontrasen vestido si es que me encontraban completo y no tenían que sacarme de los escombros con pinzas. Sabía que en Chile se construye muy bien. Hay más hierro en un edificio de la calle Nevería que en todos los que hay en las dos Peñamelleras; pero aún así era imposible que pudiesen resistir semejantes zarandeos. La duda entonces era si se desplomaría en vertical, si se derrumbaría hacia adelante donde hay casas de planta baja o hacia atrás o hacia los lados donde chocaría con los edificios vecinos. Porque si sucediese un milagro, en lo que yo no creo, alguno de los edificios colindantes caería sobre el mío y estaríamos en las mismas. Lo de ponerme bajo el dintel de la puerta en un piso 14 como que no le veía yo mucho sentido. Yo estaba muerto, no había solución. ¿Y el tiempo que perdí de fumar?, ¿y todo lo que me quedaba por hacer?, y tan lejos de casa. Bueno, dije, ¡que me entierren en el viento!...
Dicen que el baile duró tres minutos. Pero tres minutos bailando con la más fea se hacen eternos. Yo ya había bailado con ella en otra ocasión pero con otra orquesta y otra música.
Y no es lo mismo.
Por fin cesaron las sacudidas que se repitieron a los cinco minutos. Los teléfonos no funcionaban, sin embargo el mío sonó como por arte de magia. Era como siempre Pilar para decirme que no me quedara solo y me acercara a su casa que está a ciento cincuenta metros y luego iríamos los dos donde su hermano que vive en una casa de planta baja un poco más allá.
Bajé los catorce pisos y me encontré con mucha gente en pijama o a medio vestir y algunos de ellos eran conocidos. Todos comentaban que no habían visto nada igual.
Me acerqué directamente a la casa de Cheu y después llegaron Pilar y Lala. También estaban las hijas de Raúl que lloraban porque no podían comunicarse con su padre y además habían perdido el perro. Traté de consolarlas diciéndoles que el perro estaría escondido por el susto debajo de alguna escalera y que aparecería por la mañana como así fue.
Mery, la mujer de Cheu a grito pelado decía que iba a dar gracias a Dios y a la Virgen Santísima porque su hija no estaba en ese momento en Chile. Cuando vuelvas de dar las gracias me avisas para ir yo a darle a Dios y a la Virgen Santísima un tirón de orejas, porque ya podían haber apuntado para otro lado.
Todos estaban muy nerviosos; Cheu quería ir a ver el negocio los demás trataban de llamar por teléfono, perros, velas , linternas, lloros. Yo decidí volverme a casa para evaluar daños.
La subida de los catorce pisos se me antojaba más dura que la del Angliru. Como apenas veía, el ordenador ya había gastado su batería, decidí dormir hasta que amaneciera pues me sentía muy cansado pero las contínuas réplicas y la tensión del momento apenas si me dejaron dormitar.
A la mañana ya con luz natural cincuenta baldosas rotas en la cocina, innumerables platos y tazas, dos lámparas de pie, muebles movidos más de medio metro de su sitio, el aparador del salón había abierto sus puertas y los platos de lujo que mi tía guardaba para las ocasiones estaban hechos mil pedazos.
Estuve toda la mañana retirando escombros y a las doce y media ya hubo luz y teléfono.
Al poco tiempo me llamó mi hermana Celina y después de hablar con ella me entró una llorera que me sirvió para descargar tensiones.
Sonó otra vez el teléfono y Aquilino me reclamó para una comida que teníamos concertada de antemano con más de cien invitados. Acudimos veintiocho y con pocas ganas de comer.
Se repitieron los temblores día y noche.
El domingo compartí mesa en el estadio español con Raúl y sus hijas. Ya le había hablado yo de cómo lloraban porque no podían localizar a su padre, por el perro, por los nervios, el miedo, etc.
Y él les decía: “Pero hijas no se puede llorar por esas cosas, no os dais cuenta de que nosotros somos asturianos, no somos como los de aquí. Estamos hechos de otra manera, somos un pueblo fuerte. Luchamos contra romanos, árabes y contra todo aquel que trató de ponernos un yugo encima. Tenéis que aprender a mantener la calma”.
Los amigos y la familia de España me dicen que me vuelva para allá. Pero nunca en la Historia se habló de un Melero que le haya dado la espalda a la adversidad. Aquí me quedo enarbolando los pendones de Asturias y de Peñamellera por encima de ruinas y cadáveres.
Hoy miércoles recibo la noticia de que el consulado español debido al terremoto anula todas las celebraciones programadas para la llegada del Juan Sebastián Elcano.
Por lo tanto ya no hay viaje a Punta Arenas.
Santiago a 3 de marzo de 2010