EL MOLINO
Sentado en la parte trasera de mi carro, cruzamos el pueblo, camino al molino.
Adelante mi yegua alazana y mi padre prendido de las riendas.
Atrás yo y mi perra Soraya, que atada al carro trota con los ojos llenos de alegría, camino al molino.
-¡¡Güeuuuuu…..!! Grita mi padre cada vez que llegamos a la puerta de una casa.
Y del fondo de la casa siempre alguien contesta,
-¡¡Preapara la molienda, que llego el “molineru”!!
Así íbamos llenando el carro de sacos de maíz, camino al molino.
Sumergidos en lo más profundo de nuestras mentes, avanzamos por la carretera al compás de las herraduras de Alazana, repicando sobre el asfalto, hasta que llegamos a la portilla del “prau”.
Un “prau” nada del otro mundo, “chicu” ; pero especial, en ladera de una colina, en el medio de un bosque. De un lado, el bosque, castaños, robles, acebos, cagigos. Del otro, el río, enmarcado por alisas, chopos, avellanos y zalces. En el medio del prado el molino, un edificio de pardas piedras, austero, rustico, indefinible.
Un edificio que casi no dice nada, de forma cuadrada con una puerta y apenas un “ventanucu” y no exento de cierto misticismo.
Metimos el carro en el “portalucu” del molino, y desatamos a la Alazana y a Soraya, la Alazana al “prau” a comer pasto y la Soraya al río a bañarse.
Abrimos el cuarterón luego la puerta, y ahí estaba el molino, con su encanto especial, el ruido del agua, el ruido monótono y sordo de las piedras al girar, el ambiente lleno de polvillo en suspensión, que teñía de blanco y amarillo las telarañas y tranquilidad, una sensación de tranquilidad, casi religiosa, imposible de describir.
-¿Cuantas historias?
Todo un mundo de fantasías, de vida, de hambres, de reuniones, de amores, de olvidos todo junto en una casita de seis por seis.
Arriba “la sala de moler”la tolva, las muelas la volandera y el frayon, la tarabica, la majeca, el merendal, la maquila con su primo el zelemin
Abajo el “infiernu” con el rodezno,.el árbol , el “sapu” ,al lado el “cubu” siempre lleno de agua alimentado por el calce que viene desde la represa formada en el río.
Así mas o menos es mi molino, en el se molieron maíz, escanda, avena y muchas historias.
En el sentí paz tranquilidad y relajación.
Cuando el trabajo amainaba, me sentaba en la maquila y arropado por el calor de las muelas al rozarse, arrullado por ruido del agua al pegar en las aspas del rodezno y el murmullo del bosque, escuchaba las historias que me contaba mi padre.
Me contaba que en tiempos en que el “molineru” vivía en el molino, era lugar de encuentro de todos los vecinos, ahí se pasaban todos los chismes del mes, y en ocasiones terminaba en largas partidas al tute.
También contaba, cuando en las mañanas bajaba al “infiernu” y se encontraba con las xanas del bosque lavando sus rizos de oro, o los espumeros y ventolines que huían de las embravecidas aguas del mar Cantábrico para refugiarse en los infiernos de los molinos
Aunque ya me toco el ocaso del molino, ahí aprendí muchas cosas, a usar el compás y la piqueta, a picar las muelas, a graduar el espesor de la harina y sobre todo a ser digno, en el se formaron las bases de mi vida, en el se formo mi conciencia par que hoy sea una persona austera y sencilla, en el vi., que la naturaleza es nuestra vida, que la tenemos que respetar, en el aprendí lo mas importante, a compartir.
Todavía veo a mi padre cobrando sus ganancias, de acuerdo a las necesidades de la gente. Si era rico le sacaba una maquila de su grano, si era mediano un zelemin, si era pobre le llenaba el saco con la maquila de los ricos, al final el mas pobre era el “molineru”.
Pero viendo la cara de satisfacción que tenía mi padre cuando repartía los granos, yo pesaba que mi padre y mi molino eran los más ricos del mundo.
Mi molino ya no es molino, pues aunque lo reconstruyeron ya perdió su encanto y seguro que las xanas ni los ventolines lo visitaran más.
Por eso que cuando escucho que quieren destruir un molino, la anedralina me trepana la mente y me yergo, hasta que la impotencia me aplana.
Cuantas historias, cuantas fantasías, cuanto misticismo, cuantos sueños, cuantas alegrías, cuata magia se pierde cada vez que las ruinas van dejado nuestros molinos en montones de piedras yermas.
Jesús A. López
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Javier, por circunstancias de la vida me toco vivir la vida de un molinero, de lo cual me siento muy orgulloso. Siento mucha satisfacción por tener la oportunidad de haber aprendido tan noble oficio. Lo escrito arriba fue por que en un lugar querían derribar un molino para construir no se que. Al final el molino lo derribaron pese a la oposición del pueblo. La señora ingeniera (muy progresista ella) lo hizo derribar por que según ella no reunía ninguna cualidad cultural como para mantenerlo en pie.
De ahí nació este rela to, yo lo aplique a mi molino y lo transcribo con los sentimientos de aquel niño Que bien sirve para que por lo menos recordemos como era la vida en un molino. Saludos.