Una conjuntivitis vela mis ojos hace un mes, como no puedo ver muy bien me aparte un poco del foro, hoy ayudado con una gran lupa puedo ver un poco, no mucho por que veo doble. Pues nada que me parece que no hace falta que vea, ya que el foro esta tan parado que esta como cuando lo deje, ¿Qué esta pasando, la crisis los atrapo a todos?
Como no puedo enfocar para escribir algo les mando otro de mis paseos por esta tierra. No es lo que corresponde a este foro pero, pero sirve para que se entretengan leyendo algo. Un abrazo y arriba el animo, que suba como el IBEX.
De nuevo abandonamos las Pampas y regresos a la tierra de las cuchillas, Entre Ríos.
Su nombre nace de los ríos, pues se encuentra entre varios ríos importantes, y a su vez es surcado por cientos de ríos y arroyos afluentes del Paraná y del Uruguay.
Es la tierra de las cuchillas por la peculiar forma de su superficie en forma de ondulaciones semejante al fuelle de un bandoneón.
Una vez más cruzamos el Paraná y ponemos dirección a Ibicuy, Gualeguay Y Victoria,
nuestro destino final.
Con el termómetro rayando los 40º llegamos a Victoria, donde pernoctamos hasta el otro día.El día amaneció con sol radiante. Llenos de fuerza y entusiasmo, emprendemos el camino hacia la Abadía del niño Jesús a orillas del río Diamante.Ya entrada la mañana entramos en el gran patio del monasterio Benedictino, famoso por sus quesos tipo sardo, por sus licores fabricados a base de hierbas medicinales recolectadas en la zona y por sus cantos gregorianos.
Fuimos en busca del prior para pedir permiso y podamos guardar el auto en su patio sembrado de naranjos. Para demostrar nuestro agradecimiento compramos un hermoso queso y una botella de licor para agasajar a nuestro próximo anfitrión según el monje que nos despacho el pedido estaba elaborado por mas de 80 hierbas medicinales.
A juzgar por la sonrisa y las mejillas y nariz sonrosadas del religioso debía ser cierto pues si no curaba por lo menos alegraba.
Con todo en orden cargamos nuestras mochilas y bajamos hasta el embarcadero donde se amontonaban canoas, pescadores y compradores Todos regateando una magra paga por lo peces capturados ese día. Con ella los pescadores compraban aceite, harina, patatas, cebollas para su supervivencia hasta una nueva venta.Entre tanto barullo a pura pregunta llegamos hasta la canoa que durante los próximos cuatro días seria nuestra posada.
Atareado en ordenar los bultos fruto de su compra en la canoa se encontraba Juan “Pacú” nuestro nuevo compañero de aventura. Nos recibió con cierta indiferencia, algo así como una desconfianza hacia los “gringos” arrastrada desde que los blancos llegaron a America
Parco en palabras debido a su vida solitaria, acepto nuestro presente y apoyado en la larga pértiga comenzamos a alejarnos del embarcadero sin destino conocido.
Luego de un tramo abandono la vara y comenzó a remar pausadamente, poco a poco el monasterio y el embarcadero se fueron perdiendo en la lejanía en medio de un silencio religioso Aprovechando el éxtasis del silencio trate de analizar a Juan, “Pacú” de alias.
El pacú es una especie de piraña gigante que pulula por estos ríos, agresivo y tenaz hasta límites extremos. Por lo tanto Juan seria Juan Piraña
Era Guarini “de ahí arriba” –decía el- pues había nacido en la frontera del Paraguay y Misiones. Pertenecida a la etnia Mbyá grandes guerreros a los que ni los conquistadores ni los jesuitas pudieron dominar. Poco quedaba de sus costumbres originales, un baquero y camisa a cuadros sustituían sus ropas ancestrales, solo dos detalles lo identificaban con el pasado, su rostro y tres plumas de caburé que colgaban de su pecho –según el era el Payá que lo protegía y le daba fuerzas para sobrevivir en las condiciones mas trágicas-
El caburé es una especie de lechuza enana, color marrón rojizo, carnívora se alimenta de otras aves y forma parte de la cultura de Juan.
Para ellos es el rey de los pájaros, pues con sus cantos armoniosos atrae a todas la aves a su alrededor revoloteando sin cesar, y tiene la extraña facultad de elegir la presa, una vez que la tiene identificada inicia un extraño revoloteo a su alrededor hasta que la hipnotiza. Cuando la tiene dominada la ataca y le da muerte, momento en que el resto de las aves abandonan el lugar. Según Juan los demás pájaros se reúnen a su alrededor para rendirle pleitesía, según los científicos se reúnen para espantarlo, quien tiene razón, nadie lo sabe.
Durante horas navegamos en un silencio casi sepulcral, solo interrumpido por el canto de las aves y el monótono chop, chop de los remos al golpear el agua. Sin medir palabra Juan se detuvo en un recodo del río y se tiro al agua, con el líquido hasta el cuello fue retirando el espinel que anteriormente había colocado, no había muchos peces solo al final aparecieron dos armados de regular tamaño. Poco a poco recogió el artefacto de pesca y lo deposito en la canoa, unos kilómetros mas arriba repitió la operación y lo extendió de un lado al otro del río, con todos sus anzuelos previamente cebados.
Tras una hora remando llegamos hasta un promontorio en la orilla del rió, formado por la base y raíces de un gran árbol, sobre el tenia Juan su campamento compuesto por un techo de ramas de palmera y unas trébedes como esas que se usaban en las cabañas de Cuera. Sobre ella una cazuela de buen tamaño negra como el carbón donde cocinaba su comida. La enjuago en el río y la puso sobre el fuego, le puso aceite las cebollas, las patatas y el pescado todo cortado en rodajas lo rehogo todo le puso sal y comino, lo tapo y al cabo de una hora ya estábamos disfrutando su exquisito sabor. El plato se conoce en la zona como Chupin y me hizo recordar al Sorroputun que comía en el restauran del camping de San Vicente de la Barquera.
Fue transcurriendo la tarde dentro de una paz y tranquilidad, que desde que salí de nuestro valle nunca mas había vuelto a disfrutar.
Juan deposito el resto de la comida en un descanso del sendero para el aguará guazú (zorro) que lo sigue por toda la costa para que no se convierta el lobizón.
Con las primeras sombras de la noche Juan ya roncaba sobre el tronco al lado del fuego, mientras yo daba vueltas bajo el techo desbordado por el murmullo de la naturaleza, que con tanto énfasis prodigaba su canto sobrecogedor.
Al amanecer regresamos a revisar el espinel, pero la mala suerte nos acompaño, pues durante la noche los gauchos de las islas habían arreado su ganado cruzando el río en busca de pasto fresco arrastrando nuestro espinel. Juntamos lo que quedaba y Juan lo fue reconstruyendo mientra remábamos río arriba.
Esa noche vi. que Juan estaba un poco alegre después de unos tragos del licor milagroso y aproveche para conocer un poco de su historia. Con calma fue contando sus costumbres, me hablo de su dios Ñamandú, que no era visible, pero se podía hacer perceptible por Tupâ, el trueno. Lo opuesto a Ñamandú era Aña el diablo rey del mal. Su meta era buscar y encontrar la tierra sin mal, donde todo era positivo y se convertiría en inmortal. Para llegar a la tierra sin mal debía llegar al Agujé un estado mental y espiritual libre de todo mal, donde el mal “no lo alcanza”. Esa noche permanecimos despiertos hasta las 12. Arropado por el fuego infinito y repleto de nuevos misterios, dormí al lado del fuego como cuando era niño.
Aun no había amanecido cuando Juan me despertó y me llevo hasta una playita en el río donde una enorme y colorida Lampalagua engullía una vizcacha con grandes contorsiones. Juan me miro y dijo que ese día tendríamos buena pesca.
De regreso al campamento, comenzamos a empacar todo y cargar la canoa para iniciar el regreso a la Abadía, con el aliciente de que remaríamos toda la noche.
Esperando la noche me senté al lado del fuego, sin darme cuenta de que Juan había desaparecido. Atormentado por el aravó nati´û (hora de los mosquitos, pues todos los días entre las 18 y 19 de la tarde aparecían nubes de mosquitos haciendo imposible la permanencia en el lugar) me levante y recorrí el lugar varias veces encontrando por fin a Juan a la orilla del río Con las plumas de caburé en las manos murmurando una letanía imperceptible para mi.
Trate de no molestar, cuando termino me explico que con su payé (amuleto) estaba llamando a Ñamandú para que en la noche nos protegiera de Pamberó (espíritu de la noche) y pudiéramos navegar en paz
Con las primeras sombras de la noche y cuando los mosquitos habían desaparecido como por arte de magia, abandonamos el campamento remando río abajo. De a poco las luces se fueron apagando y quedamos sumergidos en la noche, cobijados por los árboles.Pronto los moradores de la noche se hicieron sentir y una sinfonía de cantos y ruidos bajo un cielo de estrellas incontables, que nos lleno de paz y serenidad
Cada recodo del río era algo nuevo, y Juan no se cansaba de identificar cada canto cada ruido dentro de un murmullo indescifrable para mí.
-Ese fue un ju´i (grillo)
-Ese un kururú (sapo)
-Ese un tucúare (búho)
-Y ese tan finito un kyju (grillo)
Entré tanto canto y estrellas me fui dando cuenta del Angapyhy Renda (paraíso) de Juan. La naturaleza alcanzaba el máximo de su expresión y Juan lo disfrutaba al límite.
Con las primeras luces del día llegamos al espinel que Juan había colocado dos días antes, sus anzuelos estaban repletos de peces, dorados, pacúes, palometas, sábalos y algunos que yo no conocía. Como había predecido con la lampalagua, la pesca era buena y decidió tirar unas cañas al cabo de una hora había pescado tres grandes bagres amarillos y un pati.
Satisfecho con la pesca continuamos nuestro camino a golpe de remo. Al mediodía llegamos al embarcadero en plena canícula solar ensordecidos por el canto de miles de coyuyos (cigarras). Después de agradecer a los benedictinos su hospitalidad regresamos alo hotel en Victoria en plena noche. Largo rato pase sin poder dormir activado por todas las nuevas sensaciones vividas en estos días, no paraba de pensar y preguntar:
-¿Quien tenia razón?
-¿Quien estaba mas cerca de la verdad?
Nosotros los cultos, o ellos los ignorantes atrasados.