La calle donde vivo, esta adornada en ambas veredas con frondosos y centenarios árboles.
Frente a mi balcón hay uno de esos árboles. Justo a la altura del balcón en una horqueta una paloma construyo su nido.
Todas las mañas me levanto una hora antes del amanecer, y curo mi alma viendo como las primeras luces del día aparecen sobre los tejados detrás de los árboles.
Muchas horas paso ahí meditando sobre la vida: ¿por que estamos? ¿Hacia donde vamos? ¿Cual es nuestro papel?.
El nido tiene dos huevos blancos como la nieve. La paloma ya hace 15 días que esta encubando los huevos, imperturbable, sin descanso, sin comer y sin esperar nada a cambio, segura de su rol en este mundo, solo con la felicidad de traer a este mundo un nuevo ser.
Hoy me levante temprano como siempre. La paloma sigue en su nido dándole calor a una nueva vida. Mientras la observaba, mis recuerdos se trasladaron a nuestro valle, y en nuestro valle me encontré con uno de nuestros personajes más entrañables para mí.
Rubén.
Para los que no sepan quien era Rubén, le s diré que era uno de esos seres especiales, que en aquellos tiempos le decíamos “tontos”, después “retrasados mentales” y hoy le decimos “discapacitados”.
Generalmente se decía que nacían normales y que en el colegio se “pasaban de listos”.
Yo no creo que fuera así, mas bien diría que fueron genios que no se supieron aprovechar.
Una de sus cualidades era mirar la página de un diario unos segundos, para después recitarla sin omitir ni una coma.
El nido de la paloma me hizo recordar, cuando bajaba al colegio al Torracu y Rubén bajaba la leche hasta Monejo.
Mientras que compartíamos el camino que atravesaba el eucaliptal de Cosió jugábamos a encontrar “niales”(nidos). Recuerdo que cuando avistábamos Abandames, a la orilla del camino había atravesado el tronco de un castaño. En el se subía Rubén y a los gritos recitaba “El perro cojo” de Manuel Benítez Carrasco. Y de vez en cuado terminaba con un poema o reflexión. Nunca supe quien era el autor. Siempre que le preguntaba me decía que se lo enseño la señorita.
Durante años busque el autor de la frase sin éxito, hasta que un día entre en una librería –de esas que tanto me gustan- donde se venden libros usados.
Un pequeño libro hecho artesanalmente llamo mi atención por la forma en que estaba elaborado. Eso hizo que lo ojeara. Su titulo era “La revolución de un rastrojo” del japonés Masanobu Fukuoka impulsor de lo que hoy llamamos “cultivo orgánico”.
Fukuoka, en los años 30, 40 elaboro una filosofía de cómo tratar a la naturaleza con
respeto y raciocinio. Dejo muchas enseñanzas de cómo cultivar la tierra sin dañarla y como acabar con el hambre en el mundo.
Como esas palabras dejaron una enseñanza en mi vida y que de alguna manera marcaron mi camino, la quiero compartir con todos los que la quieran escuchar.
Los dejo con mi amigo Rubén arriba del tronco:
“Nos hemos perdido;
En el hacer, en el pensar, en el recordar, en el anticipar.
Nos hemos olvidado lo que las rocas, las plantas y los animales ya saben.
Saludos para todos para los que siempre escriben, para los que escriben cada muerte de obispo, para los que escriben cuando pasan desgracias , para lo que leen y para los que no quieren perder ni cinco minutos. A todos un abrazo.