Aquí en el cono sur es día de la virgen y al otro lado del océano también.
No se trabaja, por lo tanto estoy sin hacer nada, o como dicen los porteños, estoy “al divino botón” o al “divino cohete”.
Como ayer celebramos la reunión de fin de año todos los compañeros de trabajo, hoy me encuentro vacío de mente, no así de comida y bebida, en una palabra, con una simpática resaca.
Sin saber que hacer me fui de visita a lo de mi vecino que también participo de la juerga.
Tan perdidos estábamos que sin darnos cuenta nos pusimos a limpiar el fondo de su jardín, llegado el momento hicimos una gran fogata donde íbamos tirando todo lo inservible.
En cuanto el fuego fue tomando cuerpo mi mente se activo y me senté en la hierba y me quede extasiado mirando como las llamas jugaban crepitando y lanzando estrellitas al aire.
Pronto mi mente viajera se puso en movimiento y cuando abrí los ojos me encontraba en Cuera, en mi cabaña.
Era la casita de mis recuerdos, no era ni una mansión, ni siquiera un palacio, solo era una casita pequeñita, más bien baja, de cuatro por cuatro como el tango.
No tenia ventanas, en el mayor de los casos un “ventanuco” por el que apenas se podía introducir un brazo. La puerta era chiquita, tan baja que los mayores para entrar se tenían que agachar –yo siempre pensé que estarían echas por algún duende.
El interior ere lo más simple que uno se podía imaginar, las paredes de piedra caliza el piso empedrado de la misma piedra, y el techo con la teja a la vista.
Lo primero que se vía era la cama una especie de camastro propio del humilladero de un convento. Se encontraba al fondo y su colchón estaba relleno con los capullos de las panojas (mazorcas de maíz) Su composición era emblemática pues cada hoja estaba atravesada por una nervadura que terminaba en un tallo bastante duro, esto hacia que para acostarse uno tenia que estar dando vueltas hasta acomodar los capullos por que sino el desprotegido cuerpo al otro día aparecía lleno de moretones.
En el lado opuesto cerca de la puerta, la cocina. Simplemente era una piedra plana en el piso, justo en la esquina. Sobre ella se hacia el fuego. Colgado del techo por una cadena se encontraba una gruesa chapa circular donde se cocinaba la borona (especie de pan de maíz) sobre la piedra unas trébedes y sobre ella la sartén y al lado un caldero como el de las brujas donde se hervía agua y la leche para hacer el queso y la manteca.
Cerca en la pared a media altura un nicho en la donde se ponía la sal y productos para sazonar las comidas, mas un plato y una cuchara de madera. Ese era todo el instrumental culinario.
Cuando me tenía que quedar solo y llegaba la hora de comer, tenia que encender el fuego para calentar la comida que mi madre me ponía en el zurrón (especie de mochila hecha con piel de oveja o cabra)
Muchas veces me quedaba sin comer, por que lo mismo que hoy, cuando las llamas entraban en acción mi mente se relajaba y me perdía en el universo.
Era tanta la sensación que me dominaba que pronto las llamas comenzaban a danzar convertidas en seres mágicos, que me llevaban por paisajes de mundos donde la magia y la paz eran sus únicos habitantes.
Soñaba que atrapaba una estrellita y me perdía en el espacio, y volaba y, volaba sobre los picos más altos de las montañas, hasta que algo me avisaba que estaba por anochecer, nunca supe que era eso que me avisaba, seguro que algún ser mágico de esos que yo veía estaba a mi lado para que no me perdiera.
En alguna ocasión escribí algo sobre el tema en un foro. Me quede sorprendido de la gente que contesto, comentando las mismas sensaciones. Ente ellas la Carlos que hoy se dedica a darle imagen en Yuotube.
Con el video que el me dedico los despido, buenas noches.
PD. Ya se por que Manolo Arango no escribe mas, hoy cuando en el resto de España se mueren de frío en Valencia andaban de playa. Que lo disfrute, y que no se grande que aquí hoy tuvimos 33º .