Adiós hermano. Cuando cruces la luz del horizonte y llegues al mundo donde no hay fin ni comienzo, donde la paz es eterna; espérame. Cuando nos encontremos regresaremos a nuestro valle, a nuestra casa a la sombra de las montañas y cuando las peñas imiten nuestra risa, ellas y nosotros nos reiremos del mundo irracional que dejamos atrás hasta que nos revolquemos por el piso.
Entre murmullo de insectos, el canto de las aves y el susurro de los arroyos, afilaremos guadañas, “atroparemos” prados y “meceremos” vacas y al atardecer cuando el sol se esconda detrás del “Picu” construiremos boleras en los caminos y jugaremos partidas hasta que la luna reverbere en el rió.
Cuando estemos juntos hablaremos mucho de muchas cosas, sobre todo de bolos, ese deporte tan nuestro que tanto amaste y que por amor a él, pedaleaste por cien carretera y cruzaste montañas a golpe de alpargata paro no perder ningún concurso del valle. Que tiempos tan románticos y felices cuando pasábamos tardes enteras por el día de San Juan escuchando las aventuras que contaba el “barquilleru” de Muñorrodero ,del “Chaval de Casar” que no había quien levantaras sus bolas enormes, o como el “Zurdu de Bielva” sacaba una “perrona” sobre el once desde el tiro sin tirar el bolo. Ya estás ahí, con tus ídolos mano a mano en partidas interminables, como las que jugábamos en la bolera de Para, y los desafiaremos, y yo embocare al once y tu birlaras de a siete y no habrá campeón entendido que nos eche del corro.
Adiós hermano, tu bondad fue pura e infinita que tengas gloria en tu nuevo estado y que sigas caminando por los caminos sin cemento en contacto con la tierra, tenazas en mano, en busca de una cesta de castañas, o un tronco de encina para tallar un bolo o una bola.