Siempre ame la soledad, eternamente vague por montañas, bosques y arroyos. La única soledad que buscaba era estar lejos de los humanos, pues consideraba que su forma de vida era perjudicial para la naturaleza. Mi soledad estaba rebosante de amigos por doquier un árbol, una flor, un arroyo, un tejón, un jilguero, una mariposa, una libélula, una nube una estrella.
Los niños tenemos la capacidad de estar conectados con lo desconocido, con lo extrasensorial, con otros mundos, esos a los que los mayores les producen cierta incertidumbre, podemos ver y sentir cosas, yo puedo ver si un árbol esta triste, alegre, enfermo. También puedo ver los habitantes del bosque hadas, duendes y los mil mundos de seres de diferentes formas de vida que viven en armonía perfecta. El bosque es eso, armonía plena, donde conviven millones de pensamientos e ideas sin jamás romper el equilibrio del entendimiento.
El bosque al atardecer es como aquellos días domingueros en que todos los humanos vestían sus mejores galas para ir a misa y a su salida todos conversaban en alegres grupos. En los ocasos, al terminar el día entre el argénteo y las tinieblas el bosque y su contorno desplegaban sus mejores atributos y todo descolla exuberante. Mientras el cielo cubre con su manto purpureo las montañas, las criaturas del bosque entonados por las brisas cantarinas se reúnen en grupos y amenizan incansables charlas, hasta que el duende de los sueños pasa repicando con su campanita de plata sumiéndolos en profundo sopor.
Yo tengo mis arboles preferidos, el acebo, que árbol majestuoso que da sus frutos en el invierno y se exhibe como un dios griego con sus hojas verdes y frutos rojos intensos, entre sus colegas de descarnadas ramas. En mi bosque son paladín de la navidad pues sus ramas siempre adornan los belenes. Mi avellano, de largas varas atiborradas de envolventes casquillos. Todos los días después de comer desciendo prado abajo hasta el arroyo, ahí está mi avellano de verde extraño, me siento y lo contemplo mientras las ardillas roban las avellanas que puse en un circulo de brillantes piedritas que recolecte en el arroyo, a veces se vuelven intrépidas y arrebatan de mi mano el fruto que estoy por introducir en mi boca ya se trepan en el gran roble y se las mastican dándole vueltas entre sus diminutas manos. Mi castaño, centenario, bravo y noble. Cuenta la historia que de su cuerpo los romanos fabricaban carros y tiendas, y de sus frutos alimentaban las legiones animales incluidos. En tiempos más recientes durante guerras suicidas sus frutos salvaron más vidas que la penicilina. Sus preciosas maderas levantaron nuestras casas y protegieron nuestras puertas por milenios.
Mi castaño está ahí, en una empedrada calzada romana, al lado de las ruinas de una capilla dedicada a San Hilario y cerquita de un cristalino manantial compañero de un magnifico humilladero levantado por los romanos en sus correrías conquistadoras. Es un castaño muy especial esta hueco a tramos intercalados, bajo sus raíces vive el compañero tejón siempre mal humorado, arriba de mi rama las ardillas tienen su almacén, ahí guardan castañas, bellotas, avellanas, nueces y todas sus cosas y más abajo esta mi rama con mi hueco particular, en el guardo mis tesoros el Capitán Trueno. El Jabato, Carpanta, Zipi y Zape mi colección de bolsillo de Julio Verne, Tom Sawyer, Platero y Yo, Marianela, Los hermanos Karamazov, canicas, cromos y cajas de cerillas con los futbolistas de moda y mucho mas. Sentado sobre esa rama me pasaba horas releyendo y contando mi tesoro, cuando las obligaciones me dejan tiempo.
Las tardes de otoño son mis preferidas, y allá voy camino de mi árbol pateando hojas, rodeado de delicados colores ocres, rojos y amarillos, feliz como Tom Sawyer, con mis chirucas gastadas por el uso, mis pantalones con cien remiendos y mi chaqueta con los codos deshilachados a dar la vuelta al mundo en doce días. A veces me tengo que subir al muro de la hernita porque mi amigo el tejón se pone en la entrada de su cueva y gesticula a los gritos desafiándome a pelear. Este soy yo un niño que no tiene nada para guardar, pero tengo lo más maravilloso del mundo, tengo muchos amigos que me dan todo y no me piden nada.