Cuentan los más ancianos, que en tiempos pasados fue tema de controversia.
Estaba ahí, en lo alto de una colina, solitaria, rodeada de montañas y por los pueblos que algún día pelearon para ver cual de ellos tenía más meritos para alojarla.
Como no llegaron a un acuerdo tomaron la salomónica decisión de situarla en el medio de todo.
Era diferente a cualquier edificio del lugar, era alta blanca y con muchas ventanas.
A ella acudíamos todas las mañanas, trepando colina arriba por camino sinuoso, atravesando bosques y helechales.
Con las primeras luces del día, nuestros padres nos preparaban adecuadamente para el día escolar. Nuestra mochila era un maletín de madera profusamente decorado a mano. En el portábamos una pizarra, tizas, un lápiz, un tintero, una pluma, colorines, un secante, una goma de borrar, una libreta y una enciclopedia (un libro gris done estaban todas las materias, de la historia hasta la ecuación mas necesaria)
La escuela se componía de dos pisos, abajo un gran salón –el conceju- donde el pueblo se reunía para tomar decisiones que competían al buen funcionamiento de la comunidad
Arriba la escuela, y frente a la entrada el escritorio de la señorita, y en el resto en tres filas de a dos los pupitres de los alumnos. En el medio una estufa cilíndrica de hierro con una larga chimenea que salía por el techo, que en tiempos de invierno un vecino la encendía todos los días para protegernos de los crudos embates de la naturaleza. Al fondo un retrete para todos, y al lado un cuarto lleno de leña para la estufa.
Una vez sentados en los pupitres, poníamos el tintero en el hueco que había en la mesa para el y al lado en una ranura poníamos la pluma y el lápiz. Poco a poca íbamos sacando los utensilios necesarios para la clase.
Cada vez que abría el maletín era un tumulto de sensaciones, era como si toda la magia del mundo estuviera encerrada en el, levantaba la tapa y de su interior surgían clores, formas, olores y visiones que me transportaban al mas placentero de los sentimientos.
Esa navidad los reyes magos me trajeron uno, que en la tapa estaban pintados la estrella y los reyes magos camino a Belén. Miles de historias tejía mirando la tapa y siempre me preguntaba: ¿a donde irían?
Las clases siempre comenzaban (dependiendo de la señorita de turno) con una oración. Después nos poníamos de pie al lado del pupitre y cantábamos el himno nacional “a capella”.
A las once al recreo. Ahí participábamos de los juegos del momento. Casi siempre eran compartidos tan por niño como por niñas, solo los de más fuerza eran propiedad de los niños.
De los compartidos, estaban las canicas: el “gua” y la “raya” también estaba el “corru” “la pita ciega” y la “tangana” que era la preferida de las niñas.
El preferido de los niños era “el teju” un juego de bolos. Se trataba de un bolo solo que plantábamos en el medio del camino, previamente se sorteaba el tiro o la raya, tirando el bolo al aire, si caía de punta, era punta, y si caía con la base, era coz.
Una vez realizado el sorteo al que le tocaba tiro partía de la base donde estaba plantado el bolo, y contaba pie a pie hasta la distancia que mas le convenía. Al que le tocaba raya, hacia lo mismo en el lado contrario, y marcaba una raya a lo ancho del camino.
En el juego se trataba de derribar el bolo desde el tiro marcado y alejarlo lo máximo posible de la base del bolo.Una vez derribado se contaban los pies y ganaba el que primero llegaba a los pies estipulados anteriormente, podían ser 100.200,300…….. Y si alguno era capaz de pasar la raya de un solo tiro, ganaba la partida.
Otro juego era la peonza, que fabricábamos nosotros mismos con una navaja y lo máximo era cuando jugábamos “a muerte” Para eso afilábamos el clavo de la peonza bien de punta, y cuando la del enemigo estaba bailando, la tirábamos con tanta destreza, que pegaba en la parte superior partiéndola en dos.
Cuando las cosas estaban más relajadas, nos íbamos a los prados a cazar grillos, que metíamos en una caja de cerillas, adecuadamente agujereada para que pudieran respirar.
Con una yerba (generalmente de la vieja escanda) buscábamos las cuevas y la introducíamos con movimientos hacia atrás y hacia delante, hasta que salía el grillo. Lo metíamos en la caja y le poníamos los pétalos de una flor amarilla para que comieran.
El macho era mas negro, y sus alas estaban profusamente dibujadas, las hembras eran mas regordetas y lisas y mas amorronadas. Siempre los poníamos en el cuarto al lado de la cama y duraban –cataban toda la noche- hasta que nuestros padres los devolvían al campo.
Había clase a la mañana y a la tarde, así que al medio día bajamos la colina comíamos y otra vez a trepar. Por la tarde era todo mas tranquilo y cuando salíamos íbamos a la bolera de Madrillana donde jugábamos al “teju” o a los bolos con latas de tomate y piedras y cuando éramos muchos armábamos partidos de futbol, pateando una lata de tomates.
La otra alternativa era bajar por el “castañeu” de Sambrón y treparse a un castaño y buscar una rama bien derecha y hacer “cuernas”. Con la navaja cortábamos la corteza en espiral hasta que se soltaba, luego la enrollábamos hasta formar una especie de catalejo, por la parte mas angosta soplábamos consiguiendo varios sonidos. Las ramas mas finas las golpeábamos con la navaja hasta desprender la corteza en forma de tubo y fabricábamos “chiflas” o “peorros”.
- ¡Oye amigo!
- ¡Hombre, que pasa!
- Que nada, que estuve reflexionando sobre lo que halamos anteriormente.
- ¡Y!... entonces………..que pasa.
- - Que nada. Que mirando los niños de hoy, no puedo creer lo felices que éramos con tan pocas cosas.
- Y bueno, eso era lo que había.
- ¡Amigo!
- ¡Que si hombre, que aquí estoy! Dime, ahora que te altera la cabeza.
- ¡Que mi escuela era la más democrática del mundo!
- Y que te hace suponer eso.
- Pues mira, en ella no había cabezas de próceres, ni benefactores colgadas de las paredes. Tampoco había banderas ni ideologías y los niños y las niñas compartían todo sin que nadie nos enseñara como hacerlo.
- ¡Amigo!
- ¡Pero que pasa hombre, que mañana tenemos que madrugar, y ya son como las dos de la mañana!
- Nada, no pasa nada. Solo fue un sueño.
- Y que soñabas, hombre.
- Nada, que estaba abriendo mi maletín………..no es nada, solo un sueño ¡buenas noches!
- ¡Buenas noches!